jueves, 23 de octubre de 2008

Una heroína anónima

Este homenaje a mi madre fue publicado en el diario El Litoral de Santa Fe

Esta es la historia de una heroína anónima. Su historia de heroína comienza cuando muere su esposo, al que a todas luces quería con toda su alma: aún luego de cuarenta y tantos años se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de él. No sé cómo hizo para seguir adelante con su dolor; sus hijos eran pequeños.

En aquellos años era poco común que una mujer se encargara de una explotación agropecuaria, pero ella tomó los campos que su esposo había heredado de sus padres y los manejó con mano de hierro. Sus logros desmentían su pasado como ama de casa y artista, como madre de tres pequeños hijos, que cocinaba como los dioses. Ahora andaba a caballo por los montes, discutía los precios con los duros campesinos y creaba nuevos negocios, todo con un sentido común asombroso, con el afán propio de quien pone todo su ser en algo.

En aquellos años, toda vestida de negro, se la veía llorar en los rincones y luego arrear el ganado a caballo a despecho del machismo que campeaba hace tantos años y que aún está entre nosotros. No puedo enumerar aquí las cosas que hizo, la cantidad de empresas que acometió, en las cuales tuvo más o menos éxito.

El mayor de sus hijos tenía catorce años cuando salió corriendo atrás del colectivo que lo llevaría a su casa. Quizás la alegría de haber salido antes del colegio hizo que saliera disparado atravesando la plaza que lo separaba de la parada. En el semáforo estaba detenido un colectivo y tenía la oportunidad de alcanzarlo. Cae cuando trata de subir, el colectivo pisa ambas piernas del muchacho, estando desparramado en el pavimento.

Sólo habían pasado cuatro años de su viudez, ahora su hijo estaba a punto de morir o de quedar sin una o dos de sus piernas. Quiso lo mejor para él y dejó todo para atenderlo, todos sus negocios, aquello que había edificado con ahínco.

Puedo hablar de la alegría de nuestra heroína cuando vio que su hijo estaba vivo y no muerto como lo suponía.

Los médicos aconsejaron la amputación de las dos piernas en el acto para evitar la gangrena y la muerte, pero ella decidió que no tenía que ser así. En esa situación una amiga le trajo la noticia de un nuevo método para tratar estos tipos de accidentes. Esta mujer no dudó en llevar a su hijo a otro sanatorio donde luego de incansables noches en vela y de olvidarse de sí misma logró hacer que este muchacho de catorce años conservara sus dos piernas.

Una de ellas, la izquierda, le recuerda a su hijo -es decir a mí- su inmenso coraje. No sólo me dio la vida, sino que cuidó mi integridad física a pesar de todo y de todos. Y de paso me dejó una lección vital de tenacidad, fortaleza y voluntad. Valga este homenaje a mi madre: otra heroína anónima.

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