lunes, 8 de septiembre de 2008

Cuidado al cruzar la calle

Este cuento fue publicado en la revista Axxón

Caigo como en esos sueños en los que uno termina despertándose; pero esta caída es larga, muy larga. Por fin abro los ojos y giro la cabeza con dificultad. Siento el cuerpo ajeno.

—Gustavo, ¿estás? —¡La voz de mi ex! ¿Qué hace aquí?

Siento las palmas de las manos pegadas a una mesa que salta y se mueve, golpeando contra el suelo. Hago fuerza para apartarlas pero es imposible, la mesa no se deja de mover.

—Rajá de acá, ¿que querés? —me oigo decir.

—¿Dónde escondiste la plata?

—Ni pienso decirte. —No controlo ni modulo la voz, que suena chillona y agresiva.

—¡Gustavo! ¡Decime donde está el dinero! —grita mi ex, roja de ira.

Levanto la cabeza y sonrío irónicamente. —No —respondo. Y me quedo mirándola.

—Sos la misma basura de siempre! ¡Me cagaste la vida y me la seguís cagando!

Ahora además de gritar golpea la mesa con furia.

Disfruto del momento un poco más. La hija de puta sos vos, que lo único que te interesa es saber el lugar donde escondí la guita. No puedo sostenerme erguido y los párpados se me cierran.

Miro mis manos y veo las uñas pintadas de rojo fuerte. Algo —¿un pañuelo?— envuelve mi cabeza. Abro grande la boca y emito un grito gutural de dolor y de angustia. Siento en mis tripas que no me queda mucho tiempo más allí. En la mesa redonda y de color oscuro veo una hoja de papel y un lápiz; los uso para hacer un dibujo frenético usando trazos gruesos y espasmódicos.

Espero que la boluda entienda el mapa. Apenas creo pensar eso, me derrumbo sobre la mesa.

Imágenes en tropel caen en mi conciencia. Se me cierran los ojos. El cuerpo se sacude con violencia y me siento expulsado hacia la derecha. Asombrado, veo a mi ex sentada frente a una mujer menuda que se convulsiona, tirada sobre la pequeña mesa oscura. ¿No estaba yo allí, recién? Quiero volver a mirar mis manos pero no puedo. Algo me tira hacia atrás y hacia arriba.

—¡Gustavo, Gustavo! —solloza Viviana, y mira el papel que arrancó de las manos de la mujer de uñas rojas.

¿Quién me llamó así hace poco? ¡Ah, si!, ahora recuerdo: fue cuando me di vuelta al cruzar la calle y no vi el camión. No me dio tiempo a nada. Qué extraño fue sentir el golpe sin dolor alguno, adormilarse y saber que por fin todo ha terminado; claro que no del todo, sino esa falsa rubia no podría haberme traído de vuelta.

—Usted y su marido no se llevaban bien. —oigo decir a la mujer de uñas rojas mientras se acomoda el pañuelo que sostiene su cabello teñido.

—Mi EX marido, mi EX marido; y no sabe la vida miserable que me hizo llevar. —Veo temblar a Viviana mientras mira el papel arrugado.

—Bueno, bueno: me debe cien pesos, señora.

—¿Por cinco minutos?

—Claro, pero ahora sabe dónde escondió él la platita, ¿eh?

Es lo último que escucho. Mi vieja me dijo siempre lo mismo: "Gustavo, cruzás la calle sin mirar, algún día te va a pasar algo". Tenía razón. Ojalá me encuentre con papá: tengo tantas cosas para contarle.

La misericordia del velo de la inconciencia me va liberando. Si me llaman otra vez, no seré tan pacífico.

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