miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cuento "Ella" en la revista Axxón

La revista Axxón tuvo a bien publicarme un cuento.
Lo pueden leer en la revista: http://axxon.com.ar/rev/?p=2602, tiene una hermosa ilustración.

Ella

La llovizna mojaba los troncos de los árboles. El lodazal que formaba la nieve derretida le dificultaba la caminata y las ramas parecían impedirle el paso. Rouch caminó entre las ramas tras las cuales estaba la boca de la cueva, oculta a su vez por grandes peñascos.

Había usado el escondite muchas veces, pero nunca durante el crudo invierno, sino cuando el sol era más cálido y la primavera llenaba de dulces aromas el prado que estaba más allá de la colina.

La humedad y el frío atravesaban el paño de su viejo abrigo y ya casi no sentía los pies a pesar de las botas de cuero y los dos pares de medias de abrigada lana.

Juntó las manos, sopló entre ellas para calentarlas y entró al escondite.

Se quitó el sombrero mojado, dejó el morral en una piedra con forma de mesa y con los dedos se limpió la mezcla de agua y sudor de sus ojos enrojecidos.

Agradeció a los trasgos del bosque haber llegado justo antes de que cayera el sol. Le quedaba buscar algunas ramas secas para hacer el fuego, y pasar la noche a resguardo de los lobos.

Antes se sentó en el suelo rocoso y retomó el aliento. Venciendo la pereza, volvió a salir para buscar ramas lo más secas posibles y algo de yesca que obtuvo de la pulpa descompuesta de los troncos caídos. La luz del sol amortiguada por las espesas nubes disminuía rápidamente, así que se apresuró a regresar al refugio.

Seleccionó un recodo del lugar con algunas salientes, que lucía confortable. Encendió la yesca con el pedernal y sopló con cuidado, hasta obtener una pequeña fogata. Con maestría apiló leña y sonrió al ver que el fuego crecía ávido.

El humo lo hizo toser, pero era un precio pequeño a pagar por la luz, el calor y la seguridad. Apenas obtuvo llamas aceptables, se quitó la ropa y la puso a secar colgándola de las salientes rocosas.

Con cuidado examinó el lugar en busca de alimañas y sólo luego de liquidarlas una por una pudo sentarse a descansar. El agradable calor del fuego hizo que se relajara, debía mantenerse despierto y esperar a la medianoche. A la hora de los lobos tenía que hablar con aquel ser que según la bruja del pueblo vivía en el más añoso de los árboles del bosque.

Abrió el morral y cortó pan y queso que comió con avidez, tomó unos sorbos de agua y se sintió mejor. Relajado, clavó los ojos en las llamas.

—Ven —le susurraba ella en sueños—, es nuestra hora.

Él despertaba y veía una imagen que flotaba envuelta apenas con un velo, largo hasta las caderas, que cubría sus senos. Luego desaparecía de a poco, fundiéndose en las paredes blancas de su habitación.

Cada noche la mujer se le acercaba más; casi podía oler su inconfundible perfume y cuando creía rozarla con la punta de sus dedos, volaba hacia la nada, dejándolo vacío.

Desesperado, decidió ir a consultar al sacerdote. Entró a la enorme iglesia de piedra y como siempre se quedó extasiado por la luz que entraba por los vitrales, allá en lo alto. Dejó que su pecho se llenara del aroma a incienso y que sus oídos se inundaran de la música de órgano que se elevaba a Dios, haciéndolo sentir tan pequeño. Caminó con paso lento y silencioso por entre los bancos hasta que encontró al padre rezando, arrodillado ante un enorme Cristo que los miraba desde lo alto.

—Padre, ella volvió —dijo contrito, sombrero en mano.

—Deberías haber muerto, ¿sabes? Ahora estás en manos del mismísimo Satán.

—Recuerdo muy poco, muy poco —Rouch se tocó la cicatriz en el cuello que escondía tras un pañuelo.

—Nadie sobrevive a un ataque así, tú lo sabes mejor que nadie. Además te trajo al pueblo la bruja, ¿no te dice nada eso?

—¿Qué debo hacer, padre? —preguntó, arrodillado.

—Penitencia —respondió, severo, el prelado—, debes ayunar y mortificar tu cuerpo con el látigo para purificarte. ¡Encomiéndate a Dios! Él te librará de todos los males.

—Acompáñeme, padre —le dijo.

Sin hablar salieron de la iglesia, él miró hacia atrás y un escalofrío le hizo sacudir el cuerpo.

Llegaron a una pequeña cabaña hecha de troncos a la que rodearon hasta llegar a un patio de tierra. Él le indicó al sacerdote una vieja silla abajo del alero para que se sentara, un poco al resguardo del viento frío.

El cura miró mientras él cavaba un pozo rectangular en el suelo helado del patio. Cuando terminó Rouch bajó con su látigo mediante una escalera, que el sacerdote retiró ante su señal.

Durante siete días con sus noches se autoflageló sin piedad, tomando como único alimento agua bendita que le acercaban algunos fieles, y cada noche, como una burla y como una caricia, ella regresaba en la madrugada.

—Ven —sollozaba y cada lágrima era un bálsamo para su carne castigada.

Al octavo día Rouch salió penosamente del pozo, curó sus heridas, comió comida caliente y decidió ir a hablar con la bruja.

Vivía en los linderos del pueblo en una casa rodeada de abetos. El silencio del lugar lo amedrentó, suspiró profundo y golpeó tímidamente la puerta.

—Adelante, Rouch —la voz de la bruja era curiosamente musical.

Abrió la puerta y entró a una habitación cuyo suelo estaba cubierto de velas encendidas a espacios regulares, al fondo, contra una de las paredes, estaba ella de pie como esperándolo.

—Sé a qué vienes —dijo, antes de que él pronunciara palabra—, ella te atormenta ¿no es así?

Él entrecerró los ojos para distinguirla pero apenas vio una silueta oculta en las sombras vacilantes de los candiles.

—Me llama, todas las noches me llama —respondió él, con voz temblorosa.

—¿Ella? —preguntó la bruja y apareció la mujer envuelta en velos entremedio de las llamas.

—Sí —susurró, y una extraña sensación le recorrió la nuca, hasta su estómago—. Ya no resisto más, necesito encontrarla.

—Te lo advierto, si la buscas no hay regreso —lo apuntó con un bastón de retorcida madera.

—¿Por qué me atormenta? —la imagen se alejaba, casi hasta desaparecer y luego volvía hasta una distancia un poco más allá del alcance de su brazo extendido. Él casi podía ver su mirada suplicante.

—Tú la atormentas a ella —dijo la bruja arrastrando cada letra—. Te espera en el centro del bosque el próximo plenilunio.

—¡Explíqueme qué es lo que pasa! —gritó Rouch.

—Es hora de que encares tu destino —dijo la bruja, se dio media vuelta y desapareció misteriosamente.


Ilustración: SBA

Cuando dejó de mirar el fuego para caminar hasta la entrada de la cueva, vio que la luna iluminaba entre las nubes el paisaje, poblándolo de misterio. Rouch salió de la cueva e hizo un gesto con los hombros, como envalentonándose.

Caminó iluminándose con una antorcha, temeroso ante cada sonido. Cada llamada del búho lo hacía temblar y a lo lejos aullaban los lobos.

Apuró sus pasos hasta que encontró el sendero que llevaba al viejo árbol que crecía en el centro del bosque, en un claro que resplandecía con la luna.

Apenas entró al círculo plateado oyó un largo aullido. La luz de la luna se fue materializando en piernas, caderas, el torso y la cabeza de ella que lo miraba, completamente desnuda frente al árbol que bailaba, llameando bajo los rayos lunares.

—¡Rouch! —sonrió ella y lo señaló con sus manos—. ¡Al fin, al fin!

Él sólo atinó a arrodillarse, ella se acercó con displicencia lobuna y le pasó el vientre por sus narices. Rouch sólo atinó a besarla con fruición. Ella rió salvaje, eterna. Hipnotizado sintió como lo empujó para ponerlo boca arriba sobre el suelo helado y le arrancó la ropa con furia para montarse sobre él. Lo absorbió con su sexo cálido que contrastaba con el frío que mordía su espalda. Rouch la miró a los ojos mientras ella gemía enloquecida cabalgándolo, sacudiendo su cabello blanco al mismo ritmo que el viejo árbol del centro del bosque.

La luna brillaba y brillaba sobre la piel de ambos, encendía sus rostros y sus cabellos, ondulaba por la cadera de ella, hacía sombra en sus senos, insinuaba el vello de su pubis. La mujer rió a carcajadas o aullidos cuando él se sacudió en espasmos de placer, le arañó el pecho con ambas manos, y cayó exhausta sobre él.

Rouch cerró los ojos, quiso abrazar a aquella mujer poderosa pero no pudo, había desaparecido. Desesperado, se puso de pie y miró a su alrededor. De pronto veía cada árbol en la noche, podía distinguir entre las sombras a los huidizos conejos de campo, podía percibir su olor a miedo, escuchaba el sonido de sus acolchadas patas.

Los aullidos de los lobos le daban la bienvenida y aspiró jubiloso el aire frío y libre que inundaba cada célula de su brioso cuerpo.

Sintió que a su lado estaba ella: su loba, salvaje y ávida. La luna llena rasgó las nubes cada vez más pálidas y él le aulló poderoso, la noche helada llevó su sonido muy lejos.

La mujer devenida en loba caminó a su alrededor y lo miró fijamente. Él comprendió y la siguió hasta el árbol que resplandecía plateado. Al acercarse se distinguió una abertura en su tronco centenario y ella saltó para desaparecer dentro de él.

Sin dudarlo la siguió, apenas cabía en el estrecho corredor que se abrió en una estancia amplia decorada con cortinados rojos. Sentada en el suelo estaba ella, vestida del mismo color, ojos como rayos azules. Sonrió con muchos dientes y con un ademán le indicó que descansara.

Rouch se sentó sobre sus patas traseras sin poder dejar de mirarla.

—Ya no me recuerdas, me olvidaste —le reprochó ella.

Rouch ladró y le lamió el rostro, rogando perdón.

—Nuestros compañeros —hizo un gesto con la mano y apareció una jauría que se movía nerviosa y tarasconeaba el aire.

El lugar se ensombreció y apareció en una llanura interminable, sin luna y sin estrellas.

Ahora ella corría en su forma de loba hacia las sombras más oscuras y él la perseguía, seguido por los otros licántropos.

Esas sombras le dictaron los secretos a su oído de bestia. Al finalizar le mostraron el bastón de retorcida madera, volvió a su forma humana y lo tomó en sus manos.

Lo examinó con cuidado y recordó cómo desenfundó su inútil espada ante aquella misma manada de lobos que lo rodeaba y cómo dos de ellos clavaron los colmillos en sus piernas para hacerlo caer, dejándolo indefenso.

Recordó el momento en que la enorme loba apoyó las patas en su pecho para morderlo en la garganta y cómo detuvo la dentellada mortal para olerlo.

Recordó el aullido, la lamida áspera y la mordida feroz pero no fatal.

Luego su recuerdo saltó a la choza de la bruja y su delirio, rodeado con velas de llamas vacilantes.

Y su promesa.

—Llévame de regreso y volveré por ti —había dicho él, y los ojos de la bruja brillaron.

Golpeó el suelo con el bastón y dijo las palabras que le habían enseñado.

Aparecieron en el claro del bosque, rodeados de sus compañeros que ladraban y aullaban, él la tomó de la cintura y quitó un mechón de cabello blanco de su rostro.

Los lobos callaron y miraron hacia un resplandor rojizo que se abría paso entre las ramas cubiertas de nieve.

—¡El cura, los aldeanos! —gritó Rouch.

—¡A la bruja! —gritaba la multitud enfurecida.

Sonó un disparo y ella cayó, mirándolo a los ojos.

—Volveré por ti —le dijo, sonriendo antes de morir.

—Apártate —ordenó el cura y lo empujó con violencia—, por poco te hechiza.

Rouch quiso abrazarla pero la turba se la quitó. La tiraron sobre una pira que encendieron con sus antorchas, jubilosos.

Miró su bastón y los ojos rojos de sus hermanos que lo observaban escondidos en la oscuridad.

Rouch comprendió. Emprendió el camino de regreso con los silenciosos lobos como compañía. Debía aceptar su destino: los hombres del pueblo necesitaban de su chamán. Entró a la casa flotando sobre las velas encendidas y ocupó su puesto, allá en las sombras. Ahora debería esperar por ella, ya sentiría una vez más su poderoso llamado y aparecería frente a él para ocupar su puesto, en un ciclo sin fin.

lunes, 9 de agosto de 2010

Invictus

Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

William Ernest Henley



lunes, 10 de mayo de 2010

Aikido y licencias libres - Nota publicada en la revista "Barriletes"



Esta es la nota que me publicó la revista Barriletes de la ciudad de Paraná. Como pueden ver en su web:

La Asociación Civil Barriletes nació a mediados del año 2001 con la producción mensual de la revista “Barriletes” destinada a ser vendida autónomamente por jóvenes y adultos en situación de extrema pobreza. Los menores de 18 años están autorizados por un mayor para vender. Barriletes no compromete su libertad de expresión ni su capacidad de autogestión ante ninguna vinculación económica surgida de publicidad, donación o financiamiento externo. Actualmente, incluye un abanico de oportunidades de expresión y aprendizajes formales y no formales brindados a numerosos niños, jóvenes y adultos de muchos barrios de la ciudad, sin que sea requisito ser vendedor de la revista. Como Asociación Civil, Barriletes, promueve la cultura laboral, la solidaridad y la participación ciudadana. Reivindica el trabajo y la educación como ejes fundamentales en el desarrollo de las personas y condena toda forma de explotación laboral, en adultos y en niños.

He aquí la nota:

Aikido y licencias libres

¿Qué es el Aikido?

El Aikido es un arte marcial japonés moderno, nació en los años 30 del siglo XX.

Está basado en lances, torceduras e inmovilizaciones, no posee golpes de puño o patadas.

No existe competencia, las técnicas se practican con al menos un compañero más, tratando de perfeccionarse en cada aspectos de ellas, de aprender los conceptos como los de distancia correcta con el contrincante (ma-ai) y el estar alerta al entorno de manera contínua (sanshin). Algunos de estos conceptos se pueden trasladar a la vida cotidiana, y eso es parte de la belleza del Aikido.

Breve historia del Aikido

El Aikido fue fundado por Morihei Ueshiba (1883-1968), un maestro de muchas artes marciales que al tener una iluminación, comprendió que la verdadera paz no se obtendría nunca destruyendo al adversario, sino que se necesitaba “restablecer el equilibrio universal” que por algún motivo es roto, por ejemplo por una agresión.

Su idea de un budo o arte marcial era tener un medio para obtener “un paraíso en la Tierra”, haciendo que una agresión sea repelida no por una mayor sino una invitación a desistir y luego hacer que la fuerza del contrario se vuelva contra sí mismo para restablecer el orden universal.


¿Qué tiene que ver un arte marcial con las licencias libres?

Todo se relaciona con el copyright, el cual nació con imprenta y la posibilidad de generar copias de los libros de manera masiva. El copyright o derecho de copia no restringía lo que podían hacer los lectores; restringía lo que podían hacer los editores y los autores. El copyright en Inglaterra inicialmente fue una forma de censura. Se tenía que obtener un permiso de la corona para publicar el libro. Pero la idea cambió hasta asimilarse con el concepto de derecho de propiedad. Es así como nace la idea del copyright y la de derecho de autor, como una idea de que la obra intelectual le pertenece de manera inalienable a su autor y el mismo tiene el control total de la misma.

A fin de unificar los distintos criterios en cuanto a estos derechos, se estableció en el año 1886 el Convenio de Berna. Toda obra de autor está bajo este convenio y es por eso que se dice que toda obra nace con el estigma de Berna.

Richard Stallman y la voluntad de ser ético

Richard Stallman descubrió que el espíritu de colaboración y de compartir código estaba cambiando con rapidez por los años 80 del siglo XX, de pronto todo el mundo firmaba “Contratos de confidencialidad comercial” y sus compañeros se dedicaban a vender el software en el cual todos habían contribuído. Para revertir esto, decide escribir un sistema operativo desde cero al que denominó “GNU”. Pero ¿cómo hacer para que este nuevo sistema operativo pueda ser copiado sin quebrantar la ley y a la vez evitar que inescrupulosos se aprovechen “cerrando” el código? Es para ello que se creó la licencia GPL, la que garantiza las 4 libertades del así llamado “software libre”:


  1. la libertad de usar el programa, con cualquier propósito.

  2. la libertad de estudiar cómo funciona el programa y modificarlo, adaptándolo a tus necesidades.

  3. la libertad de distribuir copias del programa, con lo cual puedes ayudar a tu prójimo.

  4. la libertad de mejorar el programa y hacer públicas esas mejoras a los demás, de modo que toda la comunidad se beneficie.

Usando el “estigma de Berna” a su favor, estableció que todo software que use la menor parte de código liberado con esta licencia, la GPL, automáticamente deberá ser licenciado con la misma. Es por eso que se dice que es “virósica”.

Como vemos, utilizó la misma Convención para liberar su trabajo de las restricciones de la copia y del derecho de autor, usó la fuerza del contrario para restablecer el orden universal:

¡Richard Stallman le hizo Aikido a la Convención de Berna!

Agradecimientos:

A la revista Barriletes por difundir el software libre

A Cesar Ballardini que me acercó al mundo del software libre y además me hizo ver esta extraña relación entre las artes marciales y la cultura libre.

Licencia: Creative Commons Compartir Obras Derivadas-igual

http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.es_AR


viernes, 2 de abril de 2010

Completando la escena

El otro día hicimos un experimento interesante, nos dijeron que pongamos en una lista las cosas que puede pensar o no una serie de personajes: un médico, un podólogo griego y no recuerdo los otros dos.
En mi mente se produjo un mapa de lo que eso pudiera significar y me esforcé pera encontrar una respuesta lógica.
Con mis compañeros compartimos notas y vimos que habíamos coincidido en algunas cosas y en otras no, como es natural.
Resaltó el hecho del "deber ser", como necesitamos completar con significados los huecos que se presentan a nuestro entendimiento.
Le adjudicamos valores y comportamientos sacados de nuestro deber ser o nuestro sentido comun a las personas y a las cosas y las encasillamos allí. Supongo que es una defensa evolutiva para ahorrar proceso de pensamiento, una especie de mapa mental para permitir rápidas decisiones.
El problema es que pasamos creyendo esos mapas mentales.
Una excelente lección para no olvidar.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Cuento "hWord"

Este cuento fue publicado en la revista Axxón.

—Hoy entrevistamos al prolífico escritor y desarrollador de software Germán Catalano —dijo el periodista en un primer plano, luego la cámara amplió el cuadro y apareció la imagen sonriente de un hombre canoso y de bigotes de foca oscuros que saludaba con la cabeza—. ¿A qué se debe tamaña producción de novelas y libros de cuentos, a razón de uno por mes? —le preguntó sin más trámite con su voz estridente.

—Buenas noches, a usted y a toda la audiencia —comenzó diciendo el entrevistado con mucha calma—. Es bien sabido que la profusión de mi trabajo se debe al software que he desarrollado, el hWord, un verdadero hallazgo en el ámbito literario.

—Háblenos un poco más de ese software, por favor —intervino el periodista.

—En primer lugar tiene incorporada una base de datos de miles de escritores, desde Cervantes Saavedra hasta Saer, pasando por Borges, Hemingway y García Márquez. El software, entonces, compara el texto del usuario del hWord contra todos estos geniales autores y corrige sintaxis, gramática, palabras repetidas y otros errores comunes respetando el estilo y todo esto en tiempo real, es decir, mientras se escribe —dijo Catalano, haciendo el gesto de tipear en el aire.

—Es como tener a todos esos genios como tutores —interrumpió el entrevistador.

—Claro, por eso es capaz de sugerir párrafos enteros, escritos de manera impecable, como si leyera la mente del autor.

—¿Por qué se denomina “hWord”? —preguntó el periodista inclinándose un poco.

—Es por Hermes, el dios griego de la comunicación y ya sabe que Word era el procesador de textos de la extinta Microsoft, de modo que traté de aprovechar ese recuerdo popular para mi producto.

—Me han dicho que cada licencia es muy cara, ¿por qué, si ya lo tiene desarrollado?

—En primer lugar, no queremos que haya tantos escritores de éxito —dijo riendo Catalano—, en segundo lugar, estamos actualizando y alimentando en forma continua la base de datos que le mencioné, a tal punto que en un futuro habrá que tener sólo una buena idea y el hWord la escribirá por usted. Es por eso que creemos que el hWord es una especie de coautor tal como está explícito en su licencia de uso.

—Pero algunos escritores renombrados recibieron una copia gratis de su software.

—Sí, por supuesto, ellos prueban nuevas funcionalidades y nos envían sugerencias de muchísimo provecho para mejorar la versión que publicamos cada seis meses.

—¿El hWord reemplaza a las musas inspiradoras? —preguntó, insidioso, el entrevistador.

—Debe tener algo que comunicar, una idea, una inspiración como dice usted; luego hWord le permite jugar con párrafos, comienzos, finales y tiempos verbales hasta que usted quede satisfecho y con la certeza de un castellano perfecto —afirmó Catalano.

—Además, es dueño una editorial muy exitosa: la Editorial Software Hermes.

—Sí, me di ese lujo debido a mi producción literaria, de esa manera tengo el control de mis ediciones sin intermediarios —explicó Catalano con aire suficiente.

—Usted es un programador, un escritor y un empresario de éxito, lo felicito —dijo el periodista parándose y señalándolo con las dos manos en un gesto teatral.

—Muchas gracias —contestó sin humildad alguna Catalano y mientras sonreía, la televisión comenzó a pasar los comerciales.

Carlos Muñoz subió las escaleras mojado de sudor por los nervios y el calor. Esperaba que ese abogado hiciera justicia. Sí, Justicia con mayúsculas. Su rabia crecía a cada escalón y disminuyó cuando entró al vestíbulo fresco y bien amueblado.

Cargaba con un libro y su propio manuscrito que lo incomodaban, decidió esperar sentado a pesar de que no podía quedarse quieto.

“Me robaron y me las van a pagar”, pensaba mientras vigilaba para ver si la secretaria lo llamaba.

—Señor… —dijo por fin ella, mirándolo por sobre los lentes.

—Muñoz, Carlos Muñoz —respondió él, secándose los restos de transpiración de la frente con un pañuelo arrugado.

—Pase, señor Muñoz, el doctor Robasio lo espera.

El abogado se levantó de su asiento y le dio la mano con fuerza. Muñoz observó su sonrisa de político y se sintió menos seguro de llevar ante él su reclamo, pero había oído que era el mejor.

—Siéntese…

—Muñoz, Carlos Muñoz, doctor.

—Ah, sí, sí. ¿Es a usted a quien le copiaron la novela ésta de tanto éxito?


Ilustración: SBA

—Sí, “Poseídas”, esa misma. ¡Ni el título le cambiaron! ¡Mire! —dijo mostrándole su manuscrito puntillosamente encuadernado y el libro, uno en cada mano.

—¿Alguien habrá entrado a su casa y le robó el archivo u otro manuscrito? —dijo el abogado mirándose las uñas.

—¡Nadie! Sólo tengo impreso éste que ve aquí y tengo el documento digital encriptado con una clave de doce dígitos, combinaciones de letras, números y signos de puntuación que a una Cray le llevaría tres años quebrar —dijo con suficiencia Muñoz.

—¿No le mandó algún adelanto de su obra a algún amigo o amiga? —preguntó Robasio, haciendo énfasis en “amiga”.

—No y no, esta novela me iba a hacer rico y famoso, ¡no le mandé nada a nadie! —dijo, sacudiendo la cabeza como para que no quedara la menor duda.

—¿Entonces se la apropió la editorial a la cual se la envió para que se la publiquen?

—Escuche, doctor, muy atentamente, ésta —volvió a señalar las hojas prolijamente impresas— es la única copia. ¿Capito?

El abogado tomó el manuscrito y el libro. El autor de “Poseídas” era el mismo Germán Catalano. En la contratapa estaban impresos muchos otros best-sellers de los más diversos géneros junto a su cara sonriente.

—¡Ladrón! —gritó Muñoz agitando la mano al verlo.

—Editorial Software Hermes —leyó el abogado.

—Sí, ellos venden su procesador de textos, el “hWord”, que nos facilita tanto la vida a nosotros, los escritores —dijo Muñoz con un dejo de pedantería—. Corrige la ortografía, la gramática, los excesos de adjetivos, las frases largas y los sonsonetes. Si es una poesía busca sonoridad, ritmo y por supuesto, la rima. Hasta es capaz de corregir el estilo. Un escritor con buenas ideas sólo tiene que sentarse a escribir y el hWord hace su magia —terminó de decir haciendo un gesto en el aire.

—Sí, anoche mismo vi la entrevista que le hicieron a Germán Catalano —dijo el abogado mirando los textos con detenimiento—. Veo que es copia palabra por palabra —comentó, luego de pasar algunas páginas.

—Quiero resarcimiento económico y moral —suspiró Muñoz indignado.

—Sólo falta demostrar que usted lo escribió antes —respondió con cierta ironía Robasio.

Sin decir nada, Muñoz sacó de su bolsillo un paquete cerrado con un matasellos y le mostró la fecha.

—Hace tres meses, me envié a mí mismo un DVD con la novela por correo, ¿ve?

—Bien, vamos a ver qué podemos hacer —dijo mientras lo despedía.

Muñoz bajó las escaleras más aliviado, quizás dentro de poco tiempo su nombre y su foto reemplazarían a los de Germán Catalano.

Ya en su casa aplicó el parche al hWord para que siguiera funcionando un mes más. Como muchos colegas, lo había hecho funcionar mediante un crack escondido en la Red, muy laborioso de instalar y que exigía actualizarlo periódicamente desde la misma Internet.

Sólo de esa manera lo podía utilizar, su costo era prohibitivo para él como para casi todos sus conocidos. Odiaba a la Editora Software Hermes, ¿por qué vendía tan cara cada licencia? De algún modo se merecía que usara el hWord sin pagarlo, era una suerte de justicia poética.

Unos dos meses después el teléfono despertó a Muñoz muy temprano a la mañana.

—Soy el doctor Robasio —escuchó entredormido—, debe venir urgente al juzgado, tenemos una audiencia con el juez y la editora.

Gruñó al teléfono una respuesta y cortó, se bañó, se afeitó con cuidado y eligió su mejor traje para vestirse, seguro que ganaba el caso. No había dudas de que “Poseídas” era suya, su novela.

Ya en la calle paró un taxi, ahora que iba a ser rico podía darse esos lujos. Todavía estaba dormido cuando llegó a los tribunales. Unos inquietantes autos con vidrios polarizados estaban estacionados a la entrada del edificio. Cuando llegó a la puerta el doctor Robasio lo saludó con efusión apretándole la mano.

—Ganaremos con mucha facilidad —le dijo sin soltarlo.

—Me dijeron que usted era uno de los mejores —respondió Muñoz, exultante.

Robasio le palmeó la espalda y entraron a la sala.

El juez entró un poco después y Robasio demostró sin dudas que la obra le pertenecía a Muñoz.

Germán Catalano y los abogados de la empresa escuchaban impasibles. Cuando les tocó el turno, se levantó el de más baja estatura, miró a la sala y al juez, luego señaló a Muñoz.

—Este señor dice que le plagiamos su obra, sin embargo, él la escribió usando una copia ilegal del hWord de nuestra editora —dijo con voz de barítono—. En consecuencia no pagó por el desarrollo de nuestros correctores de gramática, de ortografía y otras herramientas que posee nuestro producto. Aquí tenemos —dijo desplegando un largo listado— todos los parches ilegales —hizo énfasis en la palabra “ilegales”— que el demandante usó para continuar su uso y violar la licencia una y otra vez.

—¿Es cierto eso? —preguntó Robasio a Muñoz en voz baja.

Muñoz no contestó, estaba sudando como cada vez que se ponía nervioso y se acomodó la corbata. Miró hacia atrás y vio a dos policías firmes ante la entrada. ¿Cómo saben que usé esos cracks y que la copia es ilegal?, pensaba mientras miraba al abogado sin poder decir palabra.

—Por lo tanto —prosiguió el hombrecito—, “Poseídas” nos pertenece tal como lo dice la licencia de uso violada por el señor Carlos Muñoz, quien además adeuda todas y cada una de las actualizaciones, lo que suma la cantidad de dos millones de créditos internacionales, que si no son pagados en este mismo acto, nuestra empresa pide que sea puesto en custodia hasta tanto cancele la deuda con sus correspondientes intereses.

El juez hizo una seña a unos uniformados que esposaron a Muñoz.

—¡Ladrones, malditos! La obra es mía, mía —gritaba Muñoz. Los policías lo arrastraron y lo sacaron del recinto sin mucha delicadeza.

—¿Hay muchos que usan sus parches? —le preguntó Robasio a Catalano cuando vio que Muñoz ya no podía escucharlo.

—Muchos —respondió sonriendo Catalano.

—Admirable —dijo Robasio, entrecerrando los ojos.

—Vendo pocas licencias del hWord —dijo saliendo y apoyando la mano en el hombro del abogado—, son muy caras; pero como ve, estimado doctor, le encontré la vuelta para tener muchas ideas y además ya escritas; nadie lee las licencias de uso y todos quieren una copia del hWord sin pagar un centavo, así que les dejo los parches que son muy difíciles de instalar adrede, ¿sabe por qué?

—¿Por qué? —preguntó Robasio en la puerta del juzgado, disfrutando de un cigarro.

—Es en realidad un programa que me envía todos y cada uno de los patéticos manuscritos de estos perdedores —Catalano hizo una pausa como para que el abogado sopesara sus palabras.

—Usted se los roba —dijo con una sonrisa cómplice el abogado.

—No —lo corrigió sonriente—, el hWord es el coautor, no lo olvide. Y yo —dijo señalándose con el pulgar—, soy el autor del hWord. Ellos usan ilegalmente mi programa, haciendo enormes esfuerzos para instalar mis propios parches y cracks, ¿no soy genial? —preguntó, sonriente bajos sus mostachos, Catalano.

—Sí, sí —respondió molesto Robasio—, ahora págueme mi parte. Tal como se lo prometí, lo traje al juzgado para que usted se lo saque de encima usando todo el peso de la ley.

—Por supuesto, doctor —dijo dándole un cheque—. ¿Sabe? Son tan perezosos que tampoco se dan cuenta de que Hermes, además de ser el dios de la comunicación y de los médicos —Catalano hizo una pausa, creando suspenso— es el de los ladrones y los estafadores. ¡Soy un completo genio! —terminó de decir con una risotada.

Robasio lo miró asustado y apuró sus pasos hasta un taxi.

—Dios me valga con estos escritores. Sáqueme rápido de aquí —le dijo al chofer apenas abrió la puerta.

miércoles, 27 de enero de 2010

Redención

Llegó la redención luego de una profunda reflexión y análisis de todas las posibilidades.
Me refiero a la entrada anterior, denominada "Soledad".
Ayer me asaltaron cual epifanía algunas ideas. ¿Y si yo era quién tenía que tomar el problema entre mis manos? ¿Si era yo quien tenía que proponer una solución ante un problema que inconcientemente había ocasionado?
Funcionamos de manera curiosa, con subas y bajas en la comprensión y en la capacidad de cosas que podemos abarcar con la conciencia.
A mi mente se agolparon posibles salidas a la pequeña crisis, lo mejor hubiera sido que pidiera otro plato igual y mientras compartíamos el que había pedido para mí mismo.
El incidente me regaló largos momentos de meditación e introspección, le debo dar las gracias; sí señor.